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Hotel Azulik Tulum: otro modo de estar en la Riviera Maya

Te mostramos el hotel donde de verdad se puede desconectar en vacaciones. Si! existe!

La Riviera Maya, la costa del estado mexicano de Quintana Roo, es uno de los destinos más solicitados por cierto turismo de masas.

A lo largo de la carretera principal, y anunciados por puertas monumentales que parecen competir en tamaño y teatralidad, se suceden los grandes resorts que deben acoger a gran parte de los 16 millones de visitantes que cada año recibe el estado en busca de sol, playa y un aire de exotismo tropical.

Pero, como en cualquier otro lugar, también hay otro modo de estar en la Riviera Maya.

Tulum, conocida por sus ruinas mayas y sus playas kilométricas, fue en otro tiempo un enclave bastante salvaje que hoy despliega momentos de Ibiza caribeña.

Los beach clubs con piscina, tumbona y música han ganado la partida frente a unas costas amenazadas por el sargazo, esa alga que tiñe de rojo el agua antes turquesa y que cada mañana se acumula por toneladas sobre la arena.

Pero hay muchos Tulums dentro de Tulum. Y uno de ellos está en el hotel Azulik, un lugar del que ni siquiera hace falta salir una vez nos hemos registrado, porque ahí está todo lo que cualquier persona razonable podría necesitar.

Desde que pisa el lobby, al huésped le queda claro que está adentrándose en un universo propio y que lo que deja atrás, atrás se queda.

A su paso humean los pebeteros con copal, una resina lechosa que al arder extiende su aroma dulzón y denso -conviene acostumbrarse a él, porque no dejará de acompañarnos durante toda la estancia- y que según los antiguos mayas purifica el ambiente y el organismo.

Después de esto, lo primero que llama la atención es la arquitectura del hotel. Todo el complejo está elevado sobre un sistema de pilotes y plataformas de madera, de forma que nada se asienta directamente sobre el propio terreno, que se ha mantenido así intacto.

Por todas partes los árboles parecen entrar y salir libremente, siguiendo sin interrupción el recorrido que la naturaleza ha establecido para ellos.

Y el asombro continúa cuando llegamos hasta nuestra habitación. Las 48 cabañas, inspiradas en la arquitectura tradicional maya, son pequeños paraísos autosuficientes que nos generan la ilusión de vivir en contacto con la naturaleza.

El agua del baño mana de un canalón de madera, y la vertemos sobre el cuerpo a jicarazo limpio (la jícara es un recipiente semiesférico confeccionado con una corteza frutal), en plan agreste.

Las terrazas miran directamente al mar, y en varias de ellas se han instalado albercas de piedra volcánica en las que el chapuzón matutino puede realizarse prácticamente en un salto desde la cama.

No es raro recibir visitas de aves como las gaviotas o los más exóticos zanates, o incluso de alguna iguana con apetencias exploradoras.

Todo parece diseñado para que podamos llevar a cabo esa aspiración tan común entre los turistas de todo el mundo que es "desconectar".

Y cuando aquí hablamos de desconexión podemos hacerlo de forma absolutamente literal, ya que -a excepción de un enchufe casi oculto junto a la puerta en entrada- las habitaciones carecen de electricidad. Así que hay que olvidarse de utilizar el secador de pelo o el cepillo de dientes eléctrico, o incluso de encender una bombilla.

Ni falta que nos hacen las bombillas puesto que, cada tarde, el personal del hotel se encargará personalmente de encender las velas que iluminarán la estancia durante las horas sin luz solar. Por supuesto, no hay internet en la habitación. ¿Para qué?


Si por algún motivo decidimos salir de ella, de todos modos tampoco nos faltará entretenimiento. El hotel dispone de tres restaurantes: el más informal Cenote, la vanguardia maya de Kin Toh y la fusión mexicano-japonesa de Tseen Ja.

Al caer el sol, puede tomarse el aperitivo en una plataforma elevada con vistas sobre el manglar. El prurito consumista se aplacará en una extensa tienda de moda que comercializa varias marcas latinoamericanas, entre ellas Aníkena by AZULIK, creada por Eduardo Neira "Roth", artífice de Azulik Tulum.

Hay también un servicio de spa, donde la experiencia más potente se consigue contratando un temazcal, que podríamos definir como un baño de vapor extremo donde se mezclan el efecto de la sauna, la terapia psicológica y la espiritualidad new age.

No todo el mundo resiste sus cuatro fases de intensidad creciente, pero de quien se aventure a ello se espera que salga renacido: lo que es seguro es que habrá perdido unas cuantas toxinas en el proceso.

SFER IK Museion, el proyecto de arte de Azulik, expone además obras de artistas como Bianca Bondi, Katinka Bock o Guillaume Leblon. Eduardo Neira es coleccionista de arte contemporáneo, y cuenta con la colaboración de la comisaria Claudia Paetzold como directora artística del Museion.

Aunque, hablando de arte, en este momento el gran tesoro del grupo aguarda a unos kilómetros hacia el interior, en el complejo aún en construcción de Azulik Uh May.

Allí se encuentra la casa particular de Neira, y también un centro artístico que bajo una gran cúpula expone, entre otras, varias piezas del creador brasileño Ernesto Neto, modificadas para adaptarse espectacularmente al espacio.

Cuando se abandona Azulik Tulum, se hace inevitable el sentimiento de expulsión del paraíso. Nos queda un consuelo: el olor del copal que aún tardará en desalojar las pituitarias.

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