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Pinceladas de la Patagonia Austral

Hombres de todos los tiempos y continentes sintieron predilección por las enigmáticas tierras que se disponen en lo más extremo de la Patagonia. ¿Cómo permanecer impasible ante los glaciares, las desoladas estepas o la naturaleza que se muestra agreste y sin restricciones? Con el viento como fiel compañero de ruta, recorrimos El Calafate, El Chaltén, Los Antiguos, Puerto Deseado y Ushuaia. Cada destino, con su perfil más o menos convencional, augura infinitas experiencias. Imposible regresar de este viaje del mismo modo en que partimos.

El color azul siempre me provocó una placentera empatía. No ese azul que hace recordar a los tiempos escolares, sino aquel que se exhibe en su heterogénea paleta en la naturaleza más pura. 

Podrán decirme que era predecible que al viajar a la Patagonia de los glaciares encontraría a esta tonalidad por doquier en las grietas y cuevas de hielo de El Calafate. Lo que no resultaba tan obvio era que las expresiones del noble tono se colarían y me deslumbrarían al estar frente al lago Buenos Aires en Los Antiguos; en el prístino lago del Desierto, cercano a El Chaltén; en la costa de Puerto Deseado; o en la bahía Ensenada del Parque Nacional Tierra del Fuego, en la soñada Ushuaia. 

Definitivamente, la Patagonia Austral es un territorio de tintes azulados, desde la cordillera santacruceña al litoral Atlántico -con un gran paréntesis en la extensa meseta central- y hacia al sur, en los confines del Canal de Beagle. Lo invitamos a recomponer el maravilloso cuadro de azules que regalan las meridionales tierras argentinas.   

Al pie de los Andes 

Poco importa que el acceso a Los Antiguos no sea el más directo de todos. De eso se convenció Mathias, un joven francés que decidió saltear varios clásicos del itinerario sureño para llegar a este pequeño pueblo de cinco mil habitantes que cautiva con alamedas y frutos rojos. 

Unos kilómetros antes de hacer pie en la localidad del noroeste santacruceño, ya se contempla una bella postal de montañas, un espejo de agua y un valle resplandecientemente verde. Bastará con traspasar el pórtico de bienvenida para admirar al costado de la Ruta Provincial N° 43 al lago Buenos Aires, cuya calma apenas es interrumpida por el viento y unos kayaks que se aventuran en el segundo espejo de agua más extenso de Sudamérica.  

Quisimos indagar por qué el enclave lleva el mote de la Capital Nacional de la Cereza y en una decena de chacras hallamos la respuesta. Como cálidos anfitriones, los dueños de los establecimientos rurales narraron los pormenores de la cosecha y los tristes días de 1991, cuando sus huertas se vieron cubiertas por las cenizas del volcán Hudson. También nos abrieron las puertas de sus plantaciones para poder elegir nuestros propios y deliciosos manjares rojos y después degustar los exquisitos dulces y licores.  

La primavera anunciaba que era un buen momento para descubrir uno de los caminos más hermosos de la Patagonia -sin necesidad de alardear-. Podría  afirmarse que el circuito del Monte Zeballos es un tesoro conocido por los lugareños y por quienes gustan desandar sendas poco exploradas. Partiendo del ejido urbano con dirección al mirador del río Jeinimeni, empieza la aventura del Zeballos. Lagos y ríos circundados por cerros, estepas y bosques de lengas y ñires se combinan en un periplo que culmina en Lago Posadas. Entre medio, un sinfín de superficies dignas de parar el automóvil y recorrer a pie o a caballo. 

Tras una marcha de 67 kilómetros, emergen unas extrañas formaciones de piedra, que los antigüenses llaman coloquialmente "cucuruchos". El viento ha ido esculpiendo con maestría las rocas hasta imprimirles una fisonomía helicoidal, en un escenario tan desolado que asemeja a un paisaje lunar. Más adelante, el trayecto volverá a asombrar en su punto más alto, el paso El Portezuelo, que ostenta al monte San Lorenzo, formaciones geológicas y cascadas de deshielo.

La pesca deportiva es otra de las alternativas de Los Antiguos, pero si no se es aficionado a esta práctica, otra opción muy interesante es transitar 220 kilómetros hasta la Cueva de las Manos, el sitio de arte rupestre más importante de la Argentina. 

El legado de la cultura cazadora-predadora que habitó la zona entre los años 9.300 A.C. y 700 D.C. se percibe en la caverna y en los paredones y aleros que la rodean. En el yacimiento se distinguen 829 manos de variadas tonalidades y tamaños, representaciones de animales, escenas de caza con figuras humanas y dibujos abstractos. 

Además, el cañadón del río Pinturas, que enmarca a la famosa cueva, es un paraje de contrastantes verdes, colorados y ocres que puede conocerse mediante un trekking de poco más de una hora hasta el reservorio. Para ello, debe tomarse un camino de ripio desde la estancia turística Cueva de las Manos. El Alero de Charcamata, en las proximidades, es otra posibilidad para internarse en el turismo arqueológico. 

Hacia el mundo glaciar 

Bajando desde Los Antiguos por la mítica Ruta 40 se alcanza el universo blanco y azul del Parque Nacional Los Glaciares. En el norte de esta área protegida, El Chaltén se desarrolla al amparo de decenas de agujas graníticas coronadas por los cerros Fitz Roy y Torre. Estos colosos de piedra se posicionan entre las montañas más difíciles de escalar del planeta, de allí que el destino estuvo ligado a los andinistas en sus orígenes. 

En los últimos años el lugar floreció sustancialmente; supera una oferta de dos mil plazas de alojamiento y es elegido cada verano por visitantes que no necesariamente son avezados deportistas. Sí es cierto que es un paraíso del trekking -con senderos de diversa dificultad- y que la vida allí es una sumatoria de experiencias outdoor. 

La joven aldea está envuelta por un aura mágica, sobre todo si el Fitz Roy se deja ver claramente, recortando el cielo diáfano. De hecho, los tehuelches denominaron a esta elevación Chaltén, que significa "montaña que humea" en referencia a las  nubes que usualmente cubren su cima. 

Los amaneceres y atardeceres son inigualables, como también lo es la vista del macizo de granito que se obtiene en la caminata Laguna de los Tres, altamente recomendada.  

Ver glaciares en estas latitudes de la Patagonia constituía un llamado irrevocable. El Viedma, el más grande de la provincia de Santa Cruz, era la meta. En primer lugar, habría que hacer un paseo embarcado partiendo del muelle de la bahía Túnel para arribar a las gélidas superficies. La colocación de los grampones bajo el calzado era un emocionante anticipo de lo que llegaría minutos después: uno tras otro, los excursionistas inician su peregrinación sobre el lomo del glaciar. Sus siluetas aparecen diminutas ante la inmensidad blanquecina matizada por turquesas y azules de las grietas, las cuevas de hielo y los sumideros. Algunos intrépidos se animan a la escalada en hielo, técnica que es factible de realizar también en el glaciar Torre. 

Por su parte, el pequeño poblado, puerta de entrada al Hielo Continental Patagónico, el campo de hielo más extenso de Sudamérica, deslumbra con lagunas, bosques reverdecidos en verano y murmullos de arroyos y aguas de deshielo. 

El majestuoso panorama permite mimetizarse con la naturaleza a través de caminatas -no en vano El Chaltén es la Capital Nacional del Trekking-, salidas a caballo y mountain bikes, avistajes de flora y fauna, escalada y navegaciones.

A 37 kilómetros de la localidad, otro imperdible es el lago del Desierto, que irrumpe en un valle virgen cubierto de árboles y donde los silencios se palpitan como una constante.  

Resultaba difícil abandonar El Chaltén y las distendidas charlas que surgían espontáneamente cada noche con viajeros de diferentes países; pero el soberano de los glaciares patagónicos nos esperaba 220 kilómetros al sur. 

Asentada en la bahía Redonda, sobre la margen sur del lago Argentino, la pintoresca ciudad de El Calafate es el acceso indiscutido al Parque Nacional Los Glaciares y al Perito Moreno, la mole de hielo más famosa. 

El deseo de arribar al gigantesco bloque gélido se entremezclaba con las explicaciones que daba el guía respecto a las características de esta inigualable área preservada. Después de transitar 80 kilómetros, se exhibía, monumental, con sus 60 metros de altura sobre el nivel del agua el glaciar Moreno, bautizado así en honor a Francisco Pascasio Moreno, uno de los exploradores más prolíficos de la Patagonia. 

El primer paso fue deambular por las pasarelas, sin perder detalle de los relieves, para proceder a una navegación por el lago Rico, aproximándonos a la pared del glaciar y escuchando el estruendo que producían los desprendimientos. En el Moreno, como en el Viedma, existe la posibilidad de emprender un atractivo minitrekking. 

El día siguiente también nos encontraría en un paseo embarcado. Esta vez, para admirar los glaciares Upsala y Spegazzini y la preciosa bahía Onelli. El buen clima nos acompañó y desde la proa del barco, bajo el sol austral, pudimos avistar los témpanos y bloques de hielo que navegaban a la deriva.   

La oferta turística de El Calafate se mantiene a lo largo de todo el año, con algunas variables que se dan cada temporada en servicios de gastronomía y hotelería. Como novedad, quienes lo visiten este verano, podrán agregar como un infaltable a Glaciarum-Museo del Hielo Patagónico, un centro de interpretación de avanzada que se erige en medio de la estepa. Se trata de un espacio dedicado a la investigación, cuyo objetivo es divulgar las últimas investigaciones sobre los glaciares y, al mismo tiempo, crear conciencia ambiental. 

Los alrededores de la urbe convocan al sosiego de la vida campestre. Uno de los establecimientos pioneros es Nibepo Aike, un refugio emplazado dentro de los límites del Parque Nacional Los Glaciares, que conserva la esencia de las antiguas estancias de la región. Distante 56 kilómetros de El Calafate, su propuesta está conformada por alojamiento, caminatas hacia glaciares escondidos, como el Frías, cabalgatas y degustación de gastronomía típica. Consagrada fundamentalmente a la cría de ganado Hereford y producción ovina, permite presenciar demostraciones de esquila y participar en tareas rurales.  

Oasis costero 

Sería injusto excluir de este periplo a Puerto Deseado, uno de los destinos más sugestivos de la costa santacruceña que integra el circuito denominado Ruta Azul. 

Nos preguntábamos qué había eclipsado a Charles Darwin para que escribiera en su obra Viaje de un naturalista alrededor del mundo las palabras "no ví otro lugar que parezca más aislado del mundo que esta grieta entre las rocas en medio de la inmensa llanura".

Recorriendo los Miradores de Darwin, puntos panorámicos que se alcanzan por tierra o navegando el río Deseado, es posible entender la fascinación del científico inglés y descubrir un entorno prácticamente inalterado desde aquella expedición del año 1834. 

La ría Deseado, que aporta ambientes propicios para desarrollar actividades como canotaje, kayakismo y senderismo a lo largo de sus 42 kilómetros, es un accidente geográfico particular. Se trata del único río sudamericano que abandonó su cauce y fue ocupado arbitrariamente por las saladas aguas del mar. 

Su riqueza faunística también la convierte en un atractivo incomparable: cormoranes, pingüinos de Magallanes, petreles, flamencos, toninas overas, delfines australes y lobos marinos, entre otras especies, se dan cita en un auténtico oasis silvestre. 

Al sur de Deseado, la Reserva Provincial Isla Pingüino alberga una importante colonia de pingüinos de Penacho Amarillo, adonde llegan cada año entre fines de septiembre y principios de octubre ejemplares de estas aves marinas para reproducirse. 

Confines australes

Custodiando el Canal de Beagle, y con el faro Les Eclaireurs como emblema inexorable, Ushuaia engalana el fin del orbe con idílicas montañas, mar, glaciares y bosques. 

El mismo entorno místico que sedujo a los conquistadores europeos hace 500 años al divisar las fogatas de los nativos que parecían flotar sobre el agua -la famosa imagen de la "tierra de los fuegos" que dio nombre posteriormente al territorio- sigue cautivando a viajeros de diversas latitudes hasta nuestros días. 

El arribo en avión a la isla, el más tradicional, oficia de preludio de lo que se verá al aterrizar. Los pasajeros se acomodan sobre las ventanillas, cámaras fotográficas en mano, para vislumbrar una agrupación de mesetas que paulatinamente da paso a picos nevados y a la bahía del Canal de Beagle en su esplendor.

Las eternas jornadas estivales, con hasta 17 horas de luz natural, incitan a todo tipo de paseos: los hay urbanos, con los museos y el circuito gastronómico como ejes principales, y otros al aire libre. 

Entre esas propuestas sobresale el Parque Nacional Tierra del Fuego, ubicado a 12 kilómetros al oeste de la ciudad. Hitos imperdibles resultan las bahías Ensenada y Lapataia, el cañadón del Toro, la laguna Negra y el Tren del Fin del Mundo. Quienes busquen algo diferente y exclusivo pueden incursionar en un trekking combinado con canoas dentro de la extensa área protegida o un sereno almuerzo de alta gama junto al lago Roca.

En cuanto a las opciones acuáticas, existe un amplio menú de navegaciones por el Beagle, un brazo interoceánico de 180 kilómetros que enlaza el Atlántico con el Pacífico. La excursión lacustre que hace escala en la Isla de los Pingüinos es una sugerencia que deben tomar en cuenta los amantes de la fauna. 

También ameritan un tiempo el trekking al glaciar Martial, desde donde se contempla una de las escenografías más pintorescas de la urbe, las travesías en 4x4 y las cabalgatas. 

Desandando la Ruta Nº 3 a lo largo de 60 kilómetros, y atravesando los Andes Fueguinos, se desembarca en el hermoso lago Escondido donde se funden el cielo y el espejo de agua, confirmando, sin vacilaciones, que la Patagonia Austral es una ilimitada sucesión de azules, celestes y turquesas. 

Verónica Martínez

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