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Un camino en tierras jesuitas

Un circuito delineado por la historia centenaria de sus atractivos propone descubrir la provincia de Córdoba desde otro lugar. Las seis estancias Jesuíticas que lo conforman abren sus puertas para exhibir un patrimonio arquitectónico y cultural que llama la atención del mundo en medio de los paisajes serranos.

Los valles serranos;  los ríos y arroyos que bajan de las cumbres;  los espejos de agua que invitan tanto a la contemplación como al deporte; los elegantes campos de golf; los atractivos que ofrecen los paisajes cordobeses siempre remiten al entorno natural. Incluso cuando se arriba a la capital provincial, una de las tres ciudades más pobladas del país. Histórico cruce de caminos, la Docta es el punto de partida para recorrer los circuitos serranos: Punilla, Traslasierra, las Sierras Chicas, las alternativas son varias. 

Por eso, un gran desafío es elegir un camino menos explorado para descubrir la hermosa Córdoba. Un camino colmado de historia, sabiduría y espiritualidad. Un camino que permite revelar el legado de una orden centenaria fundada por el español Ignacio de Loyola: la Compañía de Jesús, más conocida como la Orden de los Jesuitas.

Este grupo de hombres llegó a la Argentina con una misión evangelizadora y educativa. Sentaron sus bases en Córdoba, allá por el año 1599, y en las zonas aledañas instalaron una estructura de carácter socio-cultural que aún hoy se conserva. Y que por su valor superlativo ha sido reconocida por la UNESCO dentro de su lista de Patrimonio Cultural de la Humanidad. 

Es así que la ruta que delinean las seis estancias jesuíticas Alta Gracia, Caroya, Jesús María, La Candelaria, Santa Catalina y la Manzana Jesuítica  se convierte en una opción realmente diferente para viajar en la región. 

Refugio de la cultura 

Al llegar a Córdoba Capital hay visitas que se imponen, como La Cañada y el río Suquía, el Cerro Las Rosas o los lujosos hoteles que la rodean. Pero es en el propio microcentro, donde convergen cañadones y avenidas, y es caminando la calle Obispo Trejo donde se toma contacto con la primera de las estaciones de este recorrido: la Manzana Jesuítica. 

Lo de manzana es literal, en apenas esa hectárea conviven una serie de edificios históricos y culturales, entre los que se encuentran la Residencia, la Capilla Doméstica, la Iglesia de la Compañía de Jesús, la Universidad Nacional de Córdoba - donde actualmente se encuentran el museo y Biblioteca Mayor - y el Colegio Nacional de Monserrat.

Además de la impactante arquitectura que poseen en su conjunto, es difícil dejar de estremecerse con algunos detalles. El templo de la Compañía de Jesús, construido hacia 1671 por Felipe de Lemer sorprende con su bóveda de madera de cedro del Paraguay, construida como si se tratara del casco de un barco invertido; su retablo cuzqueño y su púlpito de madera dorada profusamente decorado.  La Capilla Doméstica, por su parte, exhibe una inalcanzable cúpula poblada de obras escultóricas de artistas de antaño.

Si se avanza por la calle Obispo Trejo hacia el Boulevard Illia , se ve resplandecer la Universidad Nacional de Córdoba y al lado, el Colegio de Monserrat, que mantiene esa inconfundible apariencia del siglo XVII, y que conforma otro de los íconos institucionales donde se conjuga pasado y presente como exponente del saber y el aprendizaje.  

Cada rincón de este centro histórico es de incomparable belleza, en especial cuando llega la noche y sus callejones adoquinados se visten con la iluminación ornamental de la arquitectura que constituye la fachada de los edificios.

Hacia el Norte, las raíces 

Partiendo desde la capital provincial hacia el Norte, el paisaje deleita los sentidos. Al Oeste las sierras, ríos y cascadas. Al Este, los llanos por los que transitaba el antiguo Camino Real, hoy ruta 9.  Justamente por esa vía, tras recorrer 140 kilómetros, se arriba a la siguiente estación desde recorrido: Colonia Caroya.

Es destacada la producción artesanal de vinos y chacinados en esta Colonia, fundada por inmigrantes de la región del Friuli -Italia- en las tierras que alguna vez fueron de la Compañía de Jesús. El  dato influye en la decisión de hacer una breve parada para degustar los vinos de bodegas artesanales como La Caroyense de Santiago Lauret; saborear un almuerzo o merienda con recetas típicas  como el Rognose, un revuelto de salame, cebolla y huevo;  o visitar los secaderos como el de Familia Grión donde maduran salames, junto a los quesos dos de las grandes delicias locales.

Pero el recorrido se centra en el legado cultural, que aquí es representado por una inmensa casa colonial rodeada de arboledas y plantaciones de viñedos;  y en cuyo ingreso  se puede observar un jardín de olmos, naranjos y palmeras.  La propiedad, allí desde el siglo XVII, no es otra que la segunda estancia jesuítica del recorrido, Estancia de La Caroya o Casa de Caroya. En su interior, la atención se divide entre  las diez habitaciones que conforman el claustro, los arcones en madera, los sillones épicos, las pinturas cuzqueñas y la imagen de San Ramón Nonato tallada en madera; todas piezas que distinguen a la residencia. Además, se puede visitar la capilla, con su particular espadaña lateral, que posee paredes en piedra cuyos orígenes se remontan al siglo XVII; el salón de armas que exhibe ejemplares usados en diversas  guerras; y la galería con sables y espadas de la época revolucionaria. 

Si se avanza con rumbo Norte, siempre por la ruta nacional 9, en pocos minutos se llega a Jesús María. Este pueblo, reconocido por sus raíces culturales y centro por excelencia de festividades populares como el Festival Nacional de doma y folklore, es el que alberga a la estancia San Isidro Labrador; también llamada Jesús María como la ciudad.

Los detalles de la construcción son propios de la Orden, con un patio central cerrado, amplias galerías y una iglesia trabajada en piedra y ladrillo, en cuya cúpula se pueden apreciar ornamentos que incorporan influencias del arte aborigen local. Esta estancia se destacó por la producción vitivinícola, con una especialidad: la lagrimilla, el primer vino americano en servirse en la Corte española. Este histórico lugar, declarado Monumento Histórico Nacional en la década de 1940,  funciona como Museo Jesuítico Nacional y fue el segundo de los emprendimientos realizados por la legendaria Compañía de Jesús.

El siguiente tramo del recorrido va de los llanos hacia las sierras. Son veinte kilómetros hacia el Oeste, camino en el que se puede visitar la fantástica Estancia La Paz, que perteneciera a Julio Roca.  Justo antes de llegar a Ascochinga (dueña de un campo de golf de enorme belleza) aparece el camino que lleva a la Estancia Santa Catalina. Sorprende que a su alrededor no se desarrollara ningún centro urbano como en los otros casos. Se trata de la más grande del circuito, aunque algunos de sus edificios hayan desaparecido o sean solo ruinas. La entrada de su cementerio exhibe gruesos muros que combinan el barroco español con influencias alemanas. Pero lo que mereció la atención de la UNESCO fue su gran iglesia, con la doble torre y la cúpula sobre el crucero, uno de los grandes ejemplos del estilo colonial americano, como se puede ver en México o en Lima. Sus imponentes torres y su portal curvado, invitan a adentrarse en un mundo de historia, en cuyo interior  alberga un lienzo de la santa patrona (Catalina de Alejandría)  que da nombre al establecimiento y la imagen de Cristo crucificado. Estas obras coronan el altar en madera con matices dorados. Además cuenta con algunas dependencias que incluyen los claustros, galerías, caballerizas y una pulpería, en donde se pueden disfrutar de exquisitos almuerzos campestres.

Para continuar el viaje, lo mejor es seguir al Oeste hasta el Valle de Punilla y desde la Cumbre bajar en busca del Dique San Roque. Si se sortea la tentación que representan La Falda, Valle Hermoso o Cosquín, será posible encontrarse con el camino de las Sierras Grandes. Esas es la vía para llegar a la próxima estación de este rosario de estancias: La Candelaria, nombre que tiene sus orígenes en honor a la Virgen de Las Candelas. La misma está emplazada en torno a un amplio patio rectangular, por medio del cual se accede a la Capilla, que se destaca por su altura, y en cuyos laterales se pueden encontrar dos sacristías. Llama la atención su construcción robusta, casi como de fortaleza amurallada, con pocas ventanas ubicadas en sitios de difícil acceso desde el exterior. Aquí la relación de los jesuitas con los aborígenes no parece haber sido la mejor y eso se tradujo en una arquitectura más sobria y utilitaria. No obstante la capilla tiene una bella fachada enmarcada por pilastras y rematada con un frontis triangular y una espadaña con dos campanas y una hornacina. Todo rematado por una maciza cruz de hierro. 

Próxima estación Alta Gracia

Continuando con el recorrido, y tomando nuevamente como punto de partida la ciudad de Córdoba Capital aunque esta vez en dirección Sur, se llega a la región del Valle de Paravachasca. La referencia es la ciudad de Alta de Gracia y la misión consiste en encontrar la quinta estancia Jesuítica.

Alta Gracia sorprende a cada paso. Enmarcada por un pintoresco valle de sierras pequeñas y un vasto circuito cultural que seduce con la ruta de museos, salas de exposiciones y eventos,  el camino conduce hacia la Estancia Alta Gracia.

Con una arquitectura de carácter barroco, este complejo edilicio estaba destinado principalmente a la producción textil. Su exterior está revestido en cal y piedra, y en su interior, posee un santuario con detalles coloniales, donde se aprecian dos columnas con un púlpito tallado en madera.

Dentro del mismo predio, se encuentra el Museo Nacional Casa del Virrey - en alusión a los cinco meses que vivió en ella Santiago de Liniers -. Y atravesando el llamado Patio de Honor se puede admirar un jardín con múltiples especies, como jazmines y naranjos, entre otros.

Los detalles más significativos se encuentran en su estructura arquitectónica, como lo muestran la cúpula que sostiene las campanas y un reloj solar; o las amplias salas con ambientes que conservan el estilo colonial de entonces.

Luego de atravesar el amplio patio en dirección al portal de salida, la sensación de haber llegado al final del recorrido era notoria. Se sentía ese agrado particular que da el haber descubierto otra   Córdoba desde sus múltiples aristas. Una Córdoba plagada de historia y cultura. Una Córdoba vista a través de un camino jesuítico. Una Córdoba que se despide con una puesta de sol entre sus sierras, mientras propone una nueva ruta para seguir descubriéndola. 

Diana Serra

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