La Rioja VOLVER

Tierra de orígenes

Agua, tierra y aire se fusionan en una absoluta armonía para alcanzar la perfección del paisaje. El mismo que se conjuga con los sentidos para transmitir historias, aromas y personajes, y de esa manera logra una transportación al origen de la historia. Un pasaporte ideal que permite descubrir la región noroeste de Argentina.

El creciente afán por conocer una tierra que cuenta a cada paso la historia natural del mundo obliga a viajar hasta el Noroeste Argentino. Allí, entre rarezas geológicas y rodeados de las huellas de antiguas culturas aparecen personajes cordiales y amistosos que sirven de guías para descubrir historias que se escabullen y que seducen a los viajeros en cada uno de los rincones de La Rioja, que a cada paso ofrece una sorpresa diferente.

La diversidad que forma parte de los paisajes riojanos hace pensar que el tiempo es poco para conocer cada rincón. Desde el Parque Nacional Talampaya a Famatina y su histórica Mina La Mexicana, pasando por la Reserva Laguna Brava, solo por citar algunos, son innumerables los lugares que invitan a ser relevados.

Y aunque el viaje debía ceñirse a un plan, la travesía comenzó a mostrarse a la vez y sorpresiva. Todo indicaba que la estadía estaría colmada de sensaciones y experiencias con tan solo subir al transfer rumbo a Coronel Felipe Varela, uno de los dieciocho departamentos que conforman La Rioja. Así comenzó el viaje.

Herencia precolombina

El recorrido nace en el Circuito Valle del Bermejo donde Guillermo, guía en esta expedición, reunió al pequeño grupo de enviados especiales, periodistas argentinos y extranjeros. El acceso al Parque Nacional Talampaya proponía un paseo en el Safari Aventura, un vehículo Overland 4x4 a bordo del cual atravesaríamos el Cañón homónimo. Este parque, declarado en el año 2000 Patrimonio Natural de la Humanidad por la UNESCO, comprende unas 215.000 hectáreas entre las que conviven numerosas especies de flora y fauna autóctona.

Ya en los caminos del intenso Cañón, la selecta ubicación en los asientos de la parte superior del camión permite apreciar los inalcanzables paredones de 150 metros de altura y las inigualables vistas, para terminar de deslumbrar al llegar a los llamados "Pizarrones" de Petroglífos. Guillermo cuenta que las formas de estas grandes paredes de piedra fueron resultado de la erosión del viento y el agua, en las cuales se imprime el legado de antiguas civilizaciones que bien pueden asociarse con primeros pobladores agroalfareros de la zona, y en las que se ven figuras geométricas, antropomorfas y zoomorfas.

Cámara en mano, seguimos sin perder un solo detalle de los relatos de nuestro experimentado guía, mientras algunos metros más adelante aguardaba otra de las maravillas de este Parque, el Jardín Botánico. Allí viven arbustos bajos de especies como algarrobos, chañares y molles. Este oasis verde deslumbra no solo por el contraste que produce su presencia en estas rojizas tierras, sino también por la acústica que brota de las inalcanzables paredes.

En medio de un frondoso silencio, apenas interrumpido por los ecos de la naturaleza, se planteó una pequeña pausa en la excursión para disfrutar de un refrigerio entre tanta inmensidad, la que revela a cada paso secretos milenarios de la historia de la humanidad. Luego de charlas y anécdotas, emprendimos nuevamente el camino hacia la tercera estación.

Una serie de figuras, quizás las más famosas del Parque Nacional Talampaya, intercepta nuestra atención: el Rey Mago, La Catedral, Las Torres y, finalmente, El Monje. Estas esculturas talladas por la naturaleza se muestran con exultante belleza, la misma que pudo haber sido plasmada por Michael Heizer y Robert Smithson en sus obras geológicas y minerales.

El estadío que lleva al final de este paseo se denomina "Los Cajones" y hacia allí nos dirigimos, atravesando el cauce del río seco, unos 20 kilómetros en dirección al corazón del Parque Nacional. El tramo se transita boja la atenta vigilancia de paredes de más de 80 metros de altura, entre las que se dibujan estrechos senderos que regalan sus colores, entre aromas naturales y diversos apostaderos de especies. Y tal como si fuera una postal, se puede apreciar cómo un cóndor andino sobrevuela a nuestro paso y regalando un indescriptible espectáculo en el desierto.

Culminando el trayecto, Guillermo dio cuenta de las diversas alternativas para realizar este recorrido, así como también de las oportunidades para conocer otros sitios de gran atractivo cercanos a Talampaya y parte de la misma Reserva, como por ejemplo la "Ciudad Perdida" - conformada por innumerables cauces de arroyos temporarios y formaciones rocosas talladas por la erosión - o el "Mogote Negro", que es una formación de duras y negras rocas basálticas, desde cuya cima se obtiene una inmejorable visión panorámica de los llanos y sierras aledañas.

Desde aquí, el Overland desanda el camino y abre paso a una cálida despedida.

Refugio de vida

El punto elegido para continuar el viaje fue la Reserva Laguna Brava. El día se pronunciaba soleado y agradable, con una temperatura por demás generosa. Cerca de las nueve de la mañana comenzó el recorrido, que atravesaría el pueblo de Vinchina, hasta desembocar en un puente sobre el río Bermejo. El camino continuó en ascenso, sinuoso y atractivo al mismo tiempo, siempre acompañado de grandes montañas que resaltaban por su composición de piedra arcillosa.

De repente, otro lugar mostró su encanto. Se trata de Alto Jaguel, un pequeño poblado de bajas casas de adobe. Una curiosa figura se presentó metros más adelante. Sobre la ladera de una de las montañas se esculpe "La Pirámide", una formación provocada por la erosión. Desde allí se vislumbra la imponente Cordillera riojana, con sus nevadas cumbres. E inmediatamente, se percibe la cercanía a la Reserva Laguna Brava, una vez que se atraviesa la "Quebrada del Peñón", donde se yerguen refugios circulares de piedra, cal y tierra que, según se cuenta, eran utilizados por los arrieros que transportaban ganado a Chile en épocas de la guerra del Paraguay contra Perú y Bolivia.

En esta zona circula una leyenda acerca del nombre de esta reserva. La misma obedece al carácter volátil que la muestra en un instante como un límpido espejo del cielo diáfano, y momentos después como escenario de remolinos inexplicables, producidos por el calor de los rayos del sol sobre las aguas de laguna, en las que danzan las partículas de sal.

La Reserva Laguna Brava fue creada en el año 1980 como refugio de preservación para especies como vicuñas y guanacos que se encontraban en peligro de extinción. La misma es, a su vez, la morada de numerosos flamencos rosados y aves que sobrevuelan las azules aguas de la inmensa laguna, ubicada en el centro de la escena.

El guardafauna que nos dio la bienvenida, propuso un paseo por una parte de los más de cuatro mil kilómetros cuadrados de extensión que posee la Reserva. En el comienzo del recorrido aparecieron pequeñas lagunas temporales, producto de deshielos, adornadas por patos, chorlos, águilas moras, halcones, pumas y zorros colorados, que se encuentran protegidos de los cazadores furtivos. Luego surge la panorámica más buscada: una extensa playa de orillas blancas debido a la sal acumulada; esbeltos flamencos que emergen de las azules aguas; y un valle de colores azules, verdes, naranjas y marrones. Luego de dejarnos invadir por la infinita calma del paisaje, retomamos el viaje, maravillados ante tal regalo de la naturaleza.

La Mexicana

Un nuevo día anunciaba que el viaje estaba llegando a su fin, razón por la cual agotaríamos las instancias del itinerario, cuyo hito central iba a ser la Mina La Mexicana, ubicada a solo 34 kilómetros de la ciudad de Chilecito o a 33 kilómetros de Famatina.

Abordamos una camioneta 4x4 en Chilecito con Claudio como guía. Mientras conducía por los serpenteantes caminos, contó que esta ciudad es un polo vitivinícola que concentra el 75% de las bodegas riojanas. Cooperativa Vitivinícola y Chañarmuyo son los dos nombres a recordar. Con la promesa de degustar un buen manjar regional con un perfecto torrontés al regreso, emprendimos el camino hacia la misteriosa Mexicana.

Al llegar, nos encontramos con una imponente obra de ingeniería de principios del siglo XX, que servía para transportar los minerales extraídos en la zona. Un cablecarril unía los 35 kilómetros de extensión, los que estaban sembrados con doce estaciones comunicadas entre sí.

La primera de ellas se encuentra a una altura de 1.075 m.s.n.m. Aquí se conformó el Museo Histórico Cable Carril, donde se puede apreciar una exposición de piezas y elementos vinculados a la vida de los mineros. La propuesta era dirigirnos directamente hacia el Cañón del Ocre, por un camino de huellas en ascenso.

Cuando parecía que La Rioja había agotado sus bellezas, nos encontramos en presencia de "El Portezuelo Blanco" y "Los Pesebres", montañas que se destacan por su increíble tonalidad de colores aportados por la oxidación de minerales, ceniza volcánica, yeso, ocre y azufre. Al llegar a los 2.600 m.s.n.m, en medio del Cañón, se descubre el río cuyos tonos dan nombre al lugar, que paciente y constante fue modelando estos inalcanzables paredones a lo largo de milenios.

Luego llegó la pausa, en la que disfrutamos de un almuerzo regional en la "Cueva de Pérez", antigua administración de la Mina La Mexicana. La visita continuaría hacia las demás estaciones. La última, y quizá la más impactante por la altura a la que se encuentra - 4.600 m.s.n.m -, nos recibió con un imponente marco de colores rojizos y terrosos que se conjugaron con la presencia de un viento rebelde para complicar la tarea de retratar el momento. La precordillera nevada es el telón para el cierre de este nuevo día en La Rioja, y su compañía nos escolta durante el camino de regreso.

Al llegar la noche, y para hacer efectiva la promesa inicial, fuimos invitados al agasajo de despedida. Unos copones de auténtico vino riojano nos daban la bienvenida. En su compañía, una rústica tabla de fiambres y quesos lucía en el centro de la cálida mesa, cuidadosamente preparada. Hubo lugar para las charlas, anécdotas y devoluciones sobre los paseos realizados.

La agradable velada se vio seguida de unas irresistibles chuletas al sarmiento, una receta típica que difícilmente pueda encontrarse fuera de esta provincia. Lo poco que pudimos averiguar (ya que forma parte de uno de los secretos más preciados) es que se trata de unas costillas de cordero untadas en aceite, a las que se deja quemar entre las brasas, para luego retirar los restos de ceniza con un papel. Luego se colocan en la parrilla, se asan a ambos lados, se salan y se sirven.

Finalmente, y luego de compartir esta comunión con los demás expedicionarios, regresamos al hotel. La mañana llegó y con ella la hora de tomar el vuelo que nos dejaría otra vez en la gran ciudad. Desde las alturas despedimos esas tierras riojanas, cultoras de sabiduría y belleza, dueñas de una doble riqueza: la de sus paisajes y la de su gente.

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