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Bajo el sol de El Calafate

Esta pequeña villa patagónica aguarda la llegada de visitantes deseosos de explorar sus secretos más profundos. Paisajes inigualables, aire puro y por supuesto, los glaciares son los componentes de una fórmula perfecta para disfrutar de un destino que expresa la belleza en estado natural.

Luego del paso de la nieve, los primeros soles de la primavera comienzan a aparecer triunfantes en los cielos patagónicos. Es ese momento en el que la región deja percibir libremente la inmensidad de sus paisajes. Cuando sus cerros, sus colores, su naturaleza, en fin su majestuosidad, abren paso a la aventura que, por cierto, nunca es menor en estas tierras.

En la breve primavera patagónica, El Calafate recibe al viajero con una actitud más relajada, más íntima, como  agradeciendo lo adecuado de la fecha: se palpa esa extraña y agradable sensación de saberse adelantado a un aluvión de turistas estivales, lo que  genera una perfecta complicidad con el destino y su gente. Transitar las calles con pequeñas casas bajas de techos a dos aguas, por las que parecen andar solo sus habitantes;  recorrer sus caminos entre árboles que retornan al verde mientras los últimos jirones del manto blanco se resisten a partir; lo más sencillo suele percibirse como momentos sublimes.

Asimismo, un sinfín de actividades aguarda al llegar, tanto para aquellos que viajan solos como para los que eligen hacerlo en pareja, en familia o con amigos. Trekkings, kayakismo, mountain bike, navegaciones, cabalgatas y fly fishing conforman solo algunas de las alternativas para experimentar las maravillas de este destino, bajo el cálido sol de la Patagonia.

En la tierra del hielo

Antes de que el Calafate fuera un destino turístico hecho y derecho, con un aeropuerto pujante, varios hoteles por encima de las 4 estrellas y no menos restaurantes de los que da gusto recomendar, mucho antes, los glaciares ya eran un imán para viajeros de todo el mundo. Cuesta creer que no haya un arquitecto para tan majestuosa obra como es el Parque Nacional Los Glaciares, ubicado a solo 78 kilómetros de El Calafate. Apenas se ingresa al parque aparecen aquí y allá  senderos que invitan a caminar entre bosques poblados de especies como lengas, ñires y coihues; en las áreas más abiertas, a orillas del gran Lago Argentino es posible observar choiques, cóndores y ostreros overos (que hasta la aclaración del guardaparque le parecen a uno simples gaviotas). 

Pero todo, incluso el lago, son aperitivos, simples entremeses para lo que viene después, el plato fuerte si se permite la metáfora.  El paseo predilecto es, qué duda cabe,  transitar las pasarelas para llegar hasta los miradores. Allí se obtiene una perfecta postal de la inmensidad transmitida por los cordones montañosos que abrazan el mágico mundo blanco, ese que resplandece ante la admiración de los visitantes, ese que deleita cuando aparece en escena el Glaciar Perito Moreno (al que Moreno nunca conoció, por cierto). Hay cientos de formas de dar cuenta de su tamaño.  Quizás una de las más eficaces sea imaginar una pared de hielo que tiene la altura del Obelisco y que se extiende a lo largo de toda la porteña Avenida 9 de Julio. Y eso solo sería el frente, porque hacia atrás, se extiende por espacio de  30 kilómetros.  Mucho más poética la descripción del más lírico entre los científicos y exploradores que anduvieron con Moreno. Dice Clemente Onelli en Trepando Los Andes (1904) que "doblando un pequeño cabo de roca granítica se presentaba el espectáculo más imponente del lago Argentino: el ventisquero; algo así como una fachada de templo gótico enorme y de mil cúspides de mármol blanco; después, entre un estampido de cañones lejanos, se desprendían de la masa grandes trozos  de hielo: las aguas parecían humeantes, la montaña caída se sumergía y volvía después a la superficie  para navegar lentamente  hacia el Oriente". 

Para sentir esa misma admiración, la caminata por las pasarelas frente a la mole helada es un primer paso, una aproximación se podría decir.  Otra forma de conocerlo es a través de las navegaciones, que deparan una inolvidable experiencia. Se puede optar por diversos recorridos. Uno de los más tradicionales es el que parte del muelle Perito Moreno, a solo un kilómetro del mirador  y, tras navegar por una hora, se aproxima hasta llegar frente a la pared norte del glaciar. Ahí se toma real dimensión de esos poco más de 60 metros de alto que tiene la parte del hielo que se mantiene sobre el agua. 

Asimismo, se puede emprender un recorrido diferente que parte  de la Bahía "Bajo de las Sombras" para atravesar el Brazo Rico. En este caso, la navegación suele ser más extensa  y la experiencia mucho más intensa. A bordo de la embarcación se puede apreciar el tránsito de los témpanos que se desprenden del glaciar Perito Moreno. Y esto, además de repetirlo el guía, lo comprueba el pasajero cuando el barco detiene su marcha a la espera de que el glaciar de su espectáculo más esperado: los maravillosos desprendimientos de grandes masas de hielo  que golpean contra las aguas y provocan un sonido indescriptible. 

El Perito Moreno es la estrella por su carisma, por su ubicación y hasta por costumbre. Pero hay otros actores de lujo que podrían disputarle el cartel: nadie debería dejar de conocer el Upsala, ubicado sobre el brazo norte del Lago Argentino. Este se impone con su enorme tamaño. Su frontis, más modesto, esconde en realidad la proximidad de un bello campo de hielo de 50 kilómetros de largo, que se aprecia aún más a medida que se avanza sobre el gran espejo de agua. 

Hay opciones para ir y volver en el día a cada glaciar, pero la experiencia indica que la mejor forma de pasear por este barrio helado es encarar un mini viaje de dos días, haciendo visitas a domicilio. La salida se inicia en el puerto Punta Bandera, para luego dirigirse hacia el canal Upsala. Durante el trayecto los témpanos de hielo flotan aquí y allá, adornando las aguas. Una vez frente al glaciar homónimo  será tiempo de disfrutar de un reconfortante almuerzo. Más tarde, la embarcación pondrá proa hacia el glaciar Spegazzini, el más alto de todo el parque, con un frente que alcanza los 135 metros (para seguir con el mismo ejemplo, serían unos dos obeliscos, uno encima del otro). A los pies del gigante se disfrutan inolvidables atardeceres, en los que se puede vivir ese paisaje soñado, en el corazón del mundo blanco. Habrá  en esta excursión una noche fantástica en Punta Vacas, con cena campestre y un  descanso poblado de estrellas como se ven pocas veces. Son esos cielos que permiten entender de que se habla cuando  se menciona a la Vía Láctea. Al día siguiente, luego del desayuno  y con el brillo del sol se emprende el regreso navegando el Canal de Los Témpanos, hasta llegar junto al glaciar Perito Moreno. Allí se produce una parada para luego seguir viaje nuevamente hasta  Punta Bandera.

Lejos de saturar, el hielo seduce y entonces aparecen esas ganas de ir más cerca, de curiosear en el corazón de los glaciares. Para lo cual existe  el trekking sobre el hielo del Perito Moreno. Responsable de algunas de las mejores fotos del destino, es uno de los atractivos indispensables. Luego de una caminata de veinte minutos sobre la costa del lago, comienza la aventura. Un entretenido ascenso de dos horas permite observar grietas, lagunas, sumideros y múltiples formaciones glaciológicas, además del avistaje de flora y fauna que allí habitan. Estas características se exhiben a lo largo de todo el recorrido para deleite de los aventureros, que sin respiro, las observan curiosamente, en compañía de los relatos de los guías de la excursión.

Naturaleza en su máxima expresión

Si se hace referencia a las actividades para realizar en El Calafate, no se puede dejar de mencionar la vinculación con la naturaleza y el aire libre, premisa número uno para la elección de este destino. Y sobre todo en esta época del año, en la que los rayos de sol  comienzan a iluminar esta pequeña aldea patagónica,  donde el paisaje no deja de sorprender con su vegetación renaciente.

Entre montañas las opciones son diversas. Las cabalgatas, por ejemplo, suelen ser un programa perfecto para disfrutar de un auténtico día de campo, o de un programa especial que incluye pernocte y hasta incluso una travesía de semana completa, para los amantes de los campamentos.

Los recorridos dependen en general de la modalidad elegida por el visitante, pero en las típicas salidas, se atraviesan lugares como la Bahía Redonda y Punta Soberana, desde donde se obtiene una perfecta vista panorámica de toda la ciudad de El Calafate y el Lago Argentino. Otro de los atractivos que se llega a vislumbrar es la llamada "garganta del diablo", inicio del brazo norte de dicho lago y por medio del cual se llega hasta el Glaciar Upsala.

Pero entre todas las posibles cabalgatas,  un clásico que siempre se impone es la salida al Cerro Frías.  La excursión comienza a 11 kilómetros de la ciudad, atravesando una vega para tomar el faldeo del cerro.  Aunque se puede hacer a pie o en 4x4, lo bueno de la cabalgata es que se puede sentir por un rato  casi lo que vivieron aquellos grandes exploradores cuando relevaban la zona. Y desde la cima, las vistas de las Torres del Paine son impagables. 

Generalmente, y el cerro Frías no es la excepción,  estos paseos se acompañan de almuerzos o meriendas regionales, según sea el caso, que permiten intercambiar inolvidables experiencias con los lugareños que cortésmente agasajan a los recién llegados. 

También el circuito de estancias es uno de los favoritos por los turistas, deseosos de adentrarse en el mundo de las tradiciones. Generalmente, se ubican en las cercanías de la ciudad e incluyen un programa completo de hospedaje, gastronomía y actividades. 

Para los amantes del mundo silvestre, el avistaje de aves suele ser uno de los imperdibles. Salidas de dos o tres horas a las cercanas laguna Nimez y Bahía Redonda suelen ser opciones tradicionales, y en caso de disponer de tiempo, se organizan salidas de día completo hacia el Parque Nacional Los Glaciares. Las especies que  se observan dependen del sitio elegido, aunque en general se trata de flamencos, cauquenes, bandurrias y diversidad de patos.

Las travesías 4x4 también forman parte de las alternativas al aire libre y en muchos casos se vinculan con recorridos en mountain bike y trekkings. Tal es el caso de la visita al cerro Huyliche, con un ascenso en 4x4 y luego una caminata hasta llegar al refugio de montaña, donde se recibe a los visitantes con un almuerzo o merienda  regional.

Podríamos citar innumerables opciones para el regocijo en la estadía que concede El Calafate y aunque estas sean solo algunas de ellas, la propia experiencia determinará todo lo demás. Un perfecto equilibrio entre descanso y placer, en un marco de naturaleza inigualable, parece ser la receta justa para descubrir las maravillas que esconde este rincón de la Patagonia.

Diana Serra

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