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Estambul. Una ciudad, dos continentes

Persas, bárbaros, árabes, romanos y turcos otomanos: todos la han codiciado y hecho suya alguna vez. Hoy se llama Estambul pero antes fue Bizancio y luego Contantinopla, nombres llenos de historia que nos remiten al pasado imperial de una ciudad hoy marcada por el paso de los nuevos tiempos.

Como tantas otras ciudades, Estambul está dividida por el agua. París, Budapest y Londres comparten este punto en común nada casual, ya que siglos y milenios atrás las ciudades se fundaban allí donde ríos, mares y océanos hacían posible la navegación comercial. Estambul, sin embargo, tiene un plus que la distingue: su territorio es europeo al este del estrecho de Bósforo y asiático al oeste.  Dos continentes en una misma ciudad unida y separada por un canal de clima impredecible, nieblas repentinas y corrientes cambiantes, ruta cotidiana de embarcaciones de todo tipo y tamaño.  Un par de gigantescos puentes colgantes son la opción terrestre que comunica ambas márgenes.

Pero la ciudad no es sólo encrucijada geográfica. Toda ella es una mixtura cultural de fuertes contrastes, con diez millones de personas y el murmullo permanente de su actividad comercial. Oriente y Occidente, fe y secularismo -en las escuelas y edificios públicos no están permitidos velos ni símbolos religiosos-, modernidad y medioevo, riqueza y precariedad son posibles claves binarias de su funcionamiento social. Un ejemplo elocuente es el aspecto de las mujeres: algunas visten escondidas de pies a cabeza bajo el chador negro mientras que otras lo hacen a la usanza occidental, sin patrones a seguir salvo los impuestos por la comodidad o la moda.  

Un arte y una amenaza

Un vasto sector de Estambul centra su mirada experta en la presencia de turistas. Es el Kapali Carsi o Gran Bazar, un megaespacio cubierto que cuenta con más de cuatro mil tiendas repartidas a lo largo de sesenta callejuelas y donde la mercadería luce apretujada de manera insólita, literalmente hasta el techo. Allí los productos textiles -afamados y caros- conviven con baratijas y pipas caseras. Todo lo ofrecido, incluidos sus colores y aromas, impregna tanto el ambiente como la audacia de los mercaderes, acosadores profesionales capaces de vender lo que sea, portadores genéticos del arte del regateo.  Nadie se avergüenza de ejercerlo y factores relacionados con el temple y la pericia para negociar son bien vistos y determinantes a la hora de fijar precios. La parte más antigua del bazar fue construida a mediados del siglo XIII y a lo largo de su historia ha debido reponerse de una decena de incendios y varios terremotos devastadores. Tema este, el de los movimientos sísmicos, por desgracia muy presente en el pulso y en la memoria de Estambul. Una de las fallas geológicas más activas del planeta - la Anatolia del Norte- ha sido responsable de terremotos mortales en la historia contemporánea de la ciudad y es para sus habitantes una amenaza permanente.  El torbellino de Estambul, con tanta vida a la vista y miles de inmigrantes llegados cada año para asentarse de manera precaria, convive como puede con el peligro que acecha. 

Un baño con fama

El baño turco -"hammam" en lengua nativa- es una práctica de limpieza y relajación del cuerpo popular en Occidente a partir de la era victoriana.  El proceso es una mixtura entre lo que hoy conocemos como sauna y las prácticas higiénicas de los romanos. Un cuarto tibio, calefaccionado con un flujo de aire caliente, es el primer recinto donde la persona comienza a relajarse. Luego se pasa a un cuarto aún más caliente y de allí a una piscina de agua fría.  Un masaje sigue a este lavado integral y todo culmina en un cuarto de enfriamiento, para completar una óptima relajación. Un famoso cuadro de Ingres, llamado justamente El baño turco, representa a un grupo de mujeres desnudas y alude a la visión sensual que tienen los occidentales del modo en que Oriente ha concebido desde siempre el cuidado de los cuerpos. 

Templo a templo

Estambul alberga monumentos extraordinarios y los situados en la parte vieja han sido declarados por la UNESCO Patrimonio de la Humanidad. Durante el período otomano de su historia, la ciudad operó un cambio cultural notable mutando del cristianismo a la fe del Islam. Muchas de sus iglesias se convirtieron en mezquitas y desde entonces cada sultán ha erigido templos magníficos en honor propio, en ocasiones bajo directivas de las mujeres de la familia.  Las mezquitas son edificios que ostentan cúpulas elaboradas, minaretes o torres y salas para orar. Una de ellas es la única que cuenta con seis de estas torres: es la Mezquita Sultanahmet o Azul y queda en el corazón del casco antiguo, justo enfrente de la iglesia de Santa Sofía, de estilo bizantino, construida en el siglo sexto y utilizada para el culto cristiano durante casi mil años, hasta la llegada de los turcos en el 1453. La impronta de los nuevos tiempos, en contraste, está representada por la plaza Taksim, centro neurálgico donde el tráfico se abre paso como puede, las chicas usan minifaldas y los hombres de negocios son adictos a la telefonía celular.

No es la capital de Turquía pero ninguna otra ciudad del país le gana en tamaño y diversidad. Estambul, problemática y vibrante, idealiza a Europa y resiste el abandono de su perfil asiático y musulmán. Mujeres exhiben el ombligo y mueven las caderas con frenesí mientras las discotecas hacen sonar música electrónica a todo volumen. Todo ocurre al mismo tiempo en esta urbe antiquísima y cosmopolita, exótica y sensual.  

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